Esta es la narrativa de un ícono nacido por accidente.
A diferencia de la Estatua de la Libertad, el Monte Rushmore y otros monumentos emblemáticos estadounidenses, el letrero de Hollywood, que se ha convertido en el distintivo inigualable de Los Ángeles y la imagen más codiciada por los turistas, no fue concebido originalmente para convertirse en un símbolo.
En realidad, cuando las 40,000 bombillas que lo adornaban comenzaron a iluminarse por segmentos, de forma alterna, el 8 de diciembre de 1923, lo que los residentes de Los Ángeles pudieron leer en la ladera del monte Lee fue:
HOLLY… WOOD… LAND… HOLLYWOODLAND
Construido a una corta distancia del lugar que hospedó la grandiosa producción de “Julio César” cinco años antes, con Tyrone Power como Brutus, 500 bailarinas, 5.000 extras, elefantes y camellos, tampoco estaba relacionado con la industria que ahora lleva su mismo nombre, la que moldea los sueños. Era simplemente un letrero, aunque inmenso, con un propósito mucho más práctico: la promoción de viviendas.
Cuestión de marketing
La visión era monumental, descomunal. Era imprescindible que cualquiera que transitara por el bulevar Wilshire, la ruta directa hacia el océano, desde kilómetros de distancia, pudiera leerlo sin esfuerzo. Este fue el encargo que los desarrolladores inmobiliarios Tracy Shoults y Sydney Woodruff le hicieron a Thomas Fisk Goff, propietario de Crescent, una compañía de letreros.
Tenían en sus manos un nuevo proyecto residencial que promover: una comunidad ecléctica y semi lujosa ubicada en las colinas del área denominada Hollywood. Este proyecto estaba respaldado por algunos de los empresarios más influyentes de la época, como los magnates del ferrocarril Eli Clark y Moses Sherman, junto con Harry Chandler, dueño del influyente periódico Los Angeles Times.
Llamaron a este conjunto de viviendas Hollywoodland, compuesto por casas de cuatro estilos específicos: Tudor o inglés medieval, francés-normando, mediterráneo y colonial-español. Este lugar se presentaba como un cuento ambientado en el “viejo mundo”, proclamado como “el reino de la alegría y la salud”. Era un enclave que se alejaba de la agitación cotidiana, considerado como el pináculo en la creación de comunidades, el entorno ideal para “proteger a tu familia y asegurar su felicidad”, con residencias construidas “sobre la bruma, el humo y las condiciones atmosféricas impuras”.
Según relata el profesor Leo Braudy en su libro “El letrero de Hollywood: fantasía y realidad de un ícono estadounidense” (2012), los anuncios publicados semana a semana en el LA Times enfatizaban estos aspectos. Por aquel entonces, Los Ángeles era una metrópolis con más de medio millón de habitantes y más de 106.000 vehículos registrados, una cifra que, según la Administración Federal de Carreteras (FHWA), se proyectaba a superar los 800.000 para finales de la década. La industria cinematográfica, con una maquinaria bien aceitada y 40 millones de espectadores semanales, era liderada por los grandes estudios en Hollywood, que generaban el 80% de la producción cinematográfica mundial, junto con otros estudios en diferentes partes del país.
Hollywoodland se posicionó como un refugio para aquellos que anhelaban escapar de ese bullicio urbano. Esta estrategia fue la base de la promoción de la urbanización, y el letrero luminoso en lo alto del cañón de Beachwood fue la pieza final de este rompecabezas, según explicó el profesor Braudy a BBC Mundo.
Con tractor y mulas
El diseño original del letrero fue concebido por el joven publicista John D. Roche o, más precisamente, se originó a partir de una “malinterpretación” de un boceto suyo que se incluyó en un primer folleto promocional. Esta revelación la compartió Roche mismo cuando celebró su 80 cumpleaños, 54 años después. Aunque el obituario de The New York Times, publicado el 22 de noviembre de 1978, lo describe como el “creador del monumento”, existen dudas sobre esta versión.
En cualquier caso, se optó por modernizar el diseño con una tipografía sans serif, alejándose considerablemente de las formas sinuosas del estilo art nouveau.
Aunque no existen informes de prensa que relaten cómo se instalaron las 13 letras de 15 metros de alto por 9 de ancho en la ladera del cañón de Beachwood, las fotos sugieren que fue una tarea desafiante. Inicialmente, se tuvo que despejar la maleza y abrir un camino de tierra para permitir que un tractor transportara el material, incluyendo postes de 18 metros que servirían como soporte. Debido a la empinada inclinación del último tramo, aproximadamente 70 metros, se tuvo que completar el traslado con la ayuda de animales de carga.
Según relata el profesor Braudy de la Universidad del Sur de California (USC) en su libro, “Trabajadores mexicanos anclaron cada letra a los postes telefónicos llevados al lugar con mulas, completando en 60 días unas tareas que costaron US$21.000 (equivalente a US$250.000 hoy)”.
Aunque la inauguración con iluminación tuvo lugar en diciembre, el letrero había estado observando la ciudad desde lo alto durante meses. Para septiembre, las ventas de propiedades en Hollywoodland ascendían a un total de US$1,5 millones (equivalente a US$16 millones hoy), posiblemente facilitado por la presencia anticipada del letrero. Las ventas continuaron aumentando hasta que cada parcela fue vendida.
De cartel a emblema
A pesar de que el letrero de Hollywood comenzó como una simple valla publicitaria, rápidamente se integró en el imaginario colectivo, en parte gracias a eventos trágicos como el suicidio de la joven Peg Entwistle en 1932, una actriz cuya muerte se informó como el acto de alguien atormentado por su carrera, al lanzarse desde la letra H a la edad de 24 años.
“Independientemente de sus motivaciones, podría haber sido la primera en percibir el letrero como un símbolo y en incorporarlo de manera dramáticamente explícita en su biografía”, señala Braudy en su obra. Aunque, sin duda, su transformación en un emblema se vio reforzada por su presencia en películas notables como Earthquake (1974), “El día de la langosta” (The Day of the Locust, 1975) o Superman: The Movie (1978).
El auge del pop art también contribuyó a revitalizar su imagen, especialmente a través del trabajo de Ed Ruscha, quien desde 1967 lo incorporó en sus pinturas, dibujos y grabados. A pesar de su ascenso a la fama, la realidad del letrero era que, tras años de negligencia en cuanto a mantenimiento, estaba literalmente desmoronándose.
Decadencia y resurgimiento
En los años 40, la administración de la ciudad tomó posesión del letrero y se encargó de reparar la deteriorada letra H, eliminando las últimas cuatro letras, formando la palabra LAND.
Sin embargo, en 1973, cuando la Junta de Patrimonio Cultural de Los Ángeles lo designó oficialmente como el monumento número 111, una letra O ya se había desprendido y faltaban partes de la D, además de que alguien había incendiado la base de la segunda L.
A finales de esa década, la Cámara de Comercio de Hollywood concluyó que el letrero necesitaba una reconstrucción total, estimando un costo de alrededor de un cuarto de millón de dólares. Afortunadamente, destacadas personalidades de la ciudad intervinieron.
En 1978, Hugh Hefner, el fundador de la revista Playboy, organizó un evento benéfico en su mansión para recaudar fondos destinados al letrero de Hollywood. La gala fue un gran éxito, con Hefner contribuyendo personalmente para reemplazar la letra Y, entre otros costos, y el músico de rock Alice Cooper aportando US$27.777 para una nueva letra O.
Cada letra encontró un patrocinador y fue reemplazada por otras construidas con vigas de acero y láminas de hierro corrugado esmaltado en blanco, fijadas al suelo con cemento armado.
Deja un comentario